Pedro Juan Caballero - Monday, 09 de December de 2024 |
La presión barométrica es mucho menor en la altura, lo que determina una pérdida de capacidad aeróbica (respiración) del 30 al 34%, según el médico fisiólogo argentino Juan Carlos Massa, quien estudió a la selección albiceleste por 25 días en La Quiaca (Jujuy, Argentina), a 3.600 msnm, a poco de un partido con Bolivia. A todas luces, esta pérdida es una desventaja frente a futbolistas adaptados a jugar en altura.
Las carreras intensas, los piques, saltos, remates, cambios de ritmo y dirección, consumen en el deportista ciertos combustibles cruciales: la fosfocreatina (molécula que almacena energía en el músculo) y el glucógeno (azúcar depositada en el músculo) y glucosa (azúcar en la sangre). Frente la intensidad, y al no haber oxígeno en el momento en el que se descompone la glucosa, se produce el ácido láctico. Una alta acumulación del referido ácido, que es en simple la fatiga que sentimos, puede en la altura tener efectos muy negativos en cuanto a rendimiento.
A nivel del mar, el futbolista se recupera al estar parado, caminando, trotando o corriendo moderadamente: el sistema aeróbico recupera la fosfocreatina y “lava” el referido ácido, permitiéndose una reutilización del mismo y la recuperación del deportista para hacer nuevos esfuerzos. Pero esto se dificulta en la altura, donde el oxígeno no abunda.
¿Y cómo se traduce esto en el campo?
Con los procesos descritos, al perder el deportista un alto porcentaje de la capacidad de su sistema aeróbico (respiración), pierde en todas sus capacidades: tiene menos explosión, fuerza de remate, velocidad, potencia, etcétera. El lactato (o ácido láctico) le produce agitación, pesadez muscular y empieza a perder coordinación motriz: no pasará el balón a su antojo, ni será tan preciso en todos sus movimientos. Peor aún, puede perder noción de factores espaciales, temporales y de fuerza, visión, y tomar decisiones más incorrectas que lo normal. En lo psicológico, pueden volverse menos tolerantes y realizar más faltas. Según el especialista argentino, esto ya se puede empezar a sentir a los 5 minutos de juego.