Hechos paranormales
Fecha: 2024-02-24 14:48:07 PM
Esta historia había contado mi padre a finales de los años 60, a pocas horas de haber sucedido a plena luz del día, no como ocurren este tipo de hechos en horas de la noche y madrugada, ya sea con clara luna, con mucho frío o con lluvia, en un ambiente en el que hasta el más leve movimiento de las hojas y el ruido de alguna rama de árbol que cae aterroriza.


En aquel entonces vivíamos en San Lorenzo, en donde mi padre tenía una bodega del mismo nombre, donde producía bebidas alcohólicas como ser, caña tipo whisky (Caballo Rojo) caña en dos sabores y calidad, (Aperitivo Herradura y Cañita Vy’arã), vinos (San Sebastián) licores (96), que luego, cuando mi padre tuvo la feliz idea de mudarnos a Pedro Juan Caballero en mayo de 1972, algo que le voy agradecer toda la vida, pasó a manos de una bodega de Asunción que acabó cambiándole el nombre a los productos.

Explicado todo esto, para ubicarnos en el lugar y año a través de la imaginación, paso a relatar lo que sucedió, o mejor dicho, lo que todos estuvimos siempre seguros que sucedió.

Como en aquellos años, el gobierno de Alfredo Stroessner tenía el monopolio de varios entes de servicios, luego disfrazados de Sociedad Anónima, la única empresa del estado que podía comercializar alcohol o a caña de 92º, era la APAL (Administración Paraguaya de Alcoholes), hoy CAPASA, que luego era procesada y mezclada con agua desalinada (sin sales minerales, destilada), bajaba de 42º y hasta 30º, dependiendo del tipo de caña, y posteriormente coloreada y añejada artificialmente con esencia de roble y otras esencia más, dependiendo del sabor que se debía dar al producto final,  detalles estos que se mantenían en secreto.

Por el alto costo, y como resultaba mucho más económico y rentable fabricar uno mismo su propia caña, todos los productores tenían sus destilerías clandestinas, casi siempre en sociedad con algún comisario, presidente de seccional o militar de alto rango, como para garantizar que no haya cualquier intervención que pudieran realizar los inspectores de la APAL. Es así como se producía la “caña clandé”.

Junto a un señor al que solo conocíamos como “Don Machado” y a un Comisario, que aunque ya retirado, no lo voy a nombrar, mi padre tenía su destilería en Caacupé, a donde iba todos los días a bordo de su “moderno automóvil” (para la época), Chevrolet, año 58, color marrón de 6 cilindros, y en el trayecto, en medio de la subida del cerro por la vieja ruta, donde había un mirador desde donde se podía apreciar el lago Ypacaraí y sus alrededores, un hermoso paisaje, se cruzaba indefectiblemente con “Robú” (se llamaría Robustiano), un hombre cojo, que vestía una camisa y pantalón azul, que iba acompañado siempre de una mula cargando un par de árganas, y siempre lo saludaba alzando las manos  en la visera y haciendo el amague de ponerse firme, y el apagado grito de ¡op!.

Eran ya cerca de las 15:00 horas cuando mi padre llegó a la destilería donde saludó a cada uno de los trabajadores y se sentó bajo una planta de mango a dialogar con “Don Machado” quien aplacaba el calor con un fresco tereré, algo que nunca le vi a tomar a mi padre, ¿por qué?, es algo que nunca supe, como tampoco nunca consumió bebidas alcohólicas, a no ser unos tragos en ocasiones especiales, y nada más.

En un momento dado, mientras conversaba con “Don Machado”, le llamó la atención de lo que estaban comentando y a la vez lamentando los trabajadores sobre la muerte por suicidio de una persona. Fue hasta ellos para preguntarles de quién se trataba, y si decirle el nombre, describieron a la persona con las mismas características de “Robú” por lo que les preguntó en guaraní, pero, ¿nda ha’ei Robú, ajepa?, a lo que le contestaron que sí, que se trataba  él, quien el día anterior, a la misma hora y lugar en que mi padre lo saludó, se había auto eliminado, colgándose de un árbol cuyas ramas, en su mayoría daban hacia el precipicio. No hace falta decir lo pálido que quedó con la noticia.

Mi padre y otras personas volvieron a verlo algunas veces más, sin saludar, hasta que alguien hizo que un sacerdote bendijera el lugar y rece por el eterno descanso de “Robú”.

Alejo A. Mendieta Ch.

 



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